miércoles, 4 de septiembre de 2013

Y Alicia cruzó el espejo



Llegó el día en que se miró al espejo y vio su reflejo. Más allá de las imágenes que había vislumbrado a lo largo de su vida en cualquier objeto que la reflejara, no fue hasta ese día que cruzó el espejo. La redundancia de las primeras letras solo es comprensible con la auténtica duplicidad de una imagen que hubiera hecho empalidecer a la más narcisista de las personas.

La importancia del momento se dio porqué no es solo la silueta lo que veía antes sus ojos si no que lo que aquel espejo reflejó fue su esencia. Más allá del color de los cabellos, de la tonalidad de los ojos y de la amplitud de su sonrisa, Alicia vio lo que era a los ojos del mundo. Su cabello negro azabache se tornó en hilos de oro, sin embargo su amplia sonrisa seguía siendo exactamente la misma.

El habla se le quebró pues no sabía a ciencia cierta que era lo que le pasaba a su espejo, el que siempre le había enseñado como era por fuera. Pero la magia de los momentos especiales permite situaciones inverosímiles. Ella estaba viviendo una, esa vez frente un espejo que la había trasladado en un mundo desconocido hasta la fecha.

Tras ese momento de estupefacción, sus diamantes negros se clavaron en aquel reflejo de su ser. Alargo la mano hasta tocar el espejo. Como si del estanque de Narciso se tratara, las ondas circulares aparecieron a cual tsunami con su dedo como epicentro. Se asustó, pues se dio cuenta que algo desconocido le estaba pasando. Apartó la mano con fuerza hasta regresarla a su cintura mientras sus ojos observaban como las aguas volvían a su cauce.

Su alter ego la llamaba. Tras unos momentos de tensión, nervios y muchas dudas, sonrió. Dio dos pasos atrás, para coger impulso y se lanzó. De un salto atravesó el cristal líquido y entró en el mundo de las sensaciones. Aquel en que la crueldad humana era un mito y en el que sonreír era una obligación. Con su rubio alter ego, cogidas de la mano, empezaron a caminar con el Sol alumbrando su camino y con la felicidad en el final de su destino.

sábado, 24 de agosto de 2013

El vestido azul que un día te pusiste

Era una de aquellas tardes en que me balanceaba en mi silla favorita. Lo hacía mientras estaba en tránsito, medio despierto medio dormido. Eso me pasaba debido a una avanzada edad, que me había permitido ver prácticamente nueve décadas. En estos momentos, me era más fácil recordar según que momentos de mi juventud que lo que había comido en el medio día durante el almuerzo. Gajes del oficio.

El episodio que me dio por recordar, entre siesta y siesta, se remontaba a mi juventud, cuando aún no contaba los 30 veranos y coqueteaba con los sueños de un joven que aún quería comerse el mundo a bocados y no morir en el intento. Y en una de esas situaciones que no sabes exactamente como se dan me encontraba en una sala de fiesta, de esas que siempre tienen un encanto especial.

Entre amigos, invitados, conocidos y saludados pasó una noche más, de aquellas que en un principio no tienen nada especial para ser recordadas. O eso creía recordar ahora. Sin embargo, como era algo habitual el champagne corrió entre nosotros como si oro líquido fuera. 

Ya, descorchando la última botella, pasó algo que cambió el título de la noche. Una aparición de aquellas que no esperas y que sin embargo nunca olvidas, ni ahora, en plena vejez. Una presencia interrumpió aquella pequeña reunión de amigos y lo hizo sin querer, únicamente estando ahí. Recuerdo perfectamente la sensación de mi mandíbula desencajándose en ver el reflejo de la tenue luz de la sala en aquel vestido azul. 

Tras recoger mi maxilar inferior y volverlo a encajar con el resto del cuerpo, pude volver a levantar la cabeza y ver que era lo que acompañaba a dicha silueta. Pasó por delante y puede clavar, por unos segundos, mis ojos en los suyos. Grandes y misteriosos, como el desierto te invitaban a entrar en ellos a sabiendas que el camino de regreso era poco más que una utopía. Una gran sonrisa acompañada de un susurro que bien podía ser el viento surcando las dunas del Sahara eran el complemento perfecto de aquel vestido azul.

Acabó de cruzar la sala y se perdió en el fondo, en la oscuridad, más allá de donde llega la visión de un hombre cuyo único súper poder era tenderse en pie tras la mezcla explosiva de oro líquido y misterios del desierto... 

Y, des de aquel día, sin ser excesivamente fan de La Oreja de Van Gogh, periódicamente resuena una canción suya... "con el vestido azul, que un día te pusiste..." Pasaron más de 60 años y todavía recuerdo aquel paso como si fuera una secuencia fotográfica. Vestido azul, mirada, sonrisa y susurro... Y un paso detrás de otro mientras la música no dejaba de sonar para aquella misteriosa presencia que dejó su sello para siempre en la que era una noche cualquiera.

martes, 23 de julio de 2013

No te lo puedo contar

Sun Tzu, uno de los grandes estrategas de la historia, decía algo como "los grandes primero ganan las batallas y luego van a la guerra". Disculpadme si la cita no es exactamente literal. Lo decía en "El Arte de la Guerra" aquel libro pensado para gestionar conflictos y que cualquier persona debería leer. Eso, aplicado al día a día, viene a ser algo como "no hagas nada que luego se te pueda girar en contra". La interpretación es completamente libre y subjetiva, por supuesto, pero es la que yo hago.

Llegados a este punto, y en el contexto actual, nos encontramos que en nuestro día a día hay batallas y guerras diarias. Generalmente se producen choques, roces, conflictos de intereses... y por norma suelen ser por el dominio de la información. Ya lo decía Michael Douglas en "Wall Street" lo que te permite dominar las situaciones es la gestión y el control de la información. Más que el actor, la frase era de su alter ego, míster información privilegiada, Gordon Gecko. Y tenía razón.

Es por eso que en tantas ocasiones hemos empleado aquella mítica frase de "no te lo puedo contar". Creíamos poseer una información importante, o simplemente, nos habíamos comprometido a que no se divulgara. Y por eso no podía ser contada. Nuestra verborrea podía poner en situaciones complicadas a personas a las que apreciábamos, hacer caer negocios y, en definitiva y como decía Sun Tzu, que nuestros aliados no ganaran la guerra antes de librarla por tener alguien que les torpedeaba por detrás.

El amor no se escapa a esa lógica. Revelar lo que queremos, lo que sentimos, en ocasiones creemos que nos puede poner en desventaja con la otra parte. A la que, en el momento del tonteo, podemos ver tanto como un aliado o como un rival. Debe saber, pero no demasiado, no vaya a ser que el amor se convierta en odio y nos acabe pasando factura. Y a su vez nos conviene tener información para saber como gustarle más, para darle una sorpresa, para tener claro cuando darle un beso...

Así pues, y con lo dicho hasta aquí, entenderéis perfectamente que no os pueda contar los motivos que me han llevado a esta, tal vez estúpida, nocturna reflexión de media noche.

miércoles, 26 de junio de 2013

Dejarte llevar

El peso de las decisiones es aquello que te acompaña desde que tomas una, hasta que lo decidido acaba sin tener importancia. Aquel espacio temporal, ya sea corto o largo, en función del tema, acaba marcando el porvenir de un futuro inmediato. Llegados a este punto, uno se da cuenta que cada vez que parpadea acaba tomando una decisión. Desde el color de los zapatos hasta el que quiero ser de mayor.

Solo el paso de los días acaba dando por buenas y malas las decisiones tomadas. Sin embargo, siempre es peor una mala decisión que no hacer nada, pues el tono grisáceo de una vida dejada llevar por las distintas corrientes de personas que deciden por nosotros acaba creando masa en lugar de persona.

Quizá este sea el punto en que se encuentra nuestra sociedad. La masa ha rebasado la persona y seguimos inmersos en una espiral de decisiones que toman por nosotros más allá de los intereses del gran grupo. La última, la que me provoca más indignación es la petición de gran parte de la masa: retirar los Juegos Olímpicos a Río de Janeiro para darlos a Madrid... Me ahorraré los comentarios más brutales y solo diré... ¿En que país vivimos? En lugar de pensar... deberíamos estar en la calle se piensa... mientras estos están en la calle a ver que les podemos robar.

Llegados a este punto, y parafraseando al profesor Burguet, padrino de mi graduación... ¿Esta gente se puede mirar en el espejo y no horrorizarse? Si es así, sin duda tenemos lo que nos merecemos, una sociedad aborregada que se deja llevar por las corrientes de mandatarios que no ven más allá de sus propios intereses, ubicados en las atalayas del centro de la península.

Seré un romántico, muchas veces lo pienso. Pero el defender lo que uno cree no es individualismo, más allá de lo que pueda parecer, si no es la viva representación de que hay vida bajo la carne, de que somos algo más que carneros en un rebaño y, en definitiva, que las bases de la democracia que sentaron en al Grecia clásica aún no están perdidas.

Debemos luchar por nuestros derechos, defender lo que sea defendible y apelar al cambió de las cosas innecesarias. Probablemente, des de mi pequeña conciencia, seguiré soñando en que cambiar esto es posible. Como suelo responder siempre, tenemos que ir a mejor por fuerza, porqué aunque sea complicado yo sigo creyendo en el ser humano. Humanista, tal vez por obligación, pero al fin y al cabo humanista.

Aunque solo una persona logre cambiar su estrella, el esfuerzo del colectivo habrá merecido la pena. Lucha, siente, y en conclusión vive. Lleva las riendas de tu vida y atrévete a salir del rebaño, es muy probable que lo que veas te guste y ya jamás quieras dejarte llevar.

martes, 11 de junio de 2013

La democracia se hunde desde su cuna

Once de junio de 2013, esta ha sido la fecha que ha escogido el gobierno de Grecia para anunciar el cierre de la televisión pública. Es decir, la democracia tal y como la hemos entendido en toda nuestra vida empieza a dejar de tener sentido justo en el lugar donde nació.

Puede sonar a un texto corporativista, pero no lo pretende. La frase sin periodismo no hay democracia es, cada día que pasa, más cierta. Y me atrevo a añadir que sin periodistas, pero hablo de PERIODISTAS y no pica letras, tampoco hay periodismo. Sin el valiente capaz de jugarse su vida para contar la verdad, que no le tiemble el pulso para denunciar irregularidades, que haga llegar todos los puntos de vista a la gente… sin él nuestra sociedad carece de sentido. Y en Grecia hoy les dieron una estocada.

Es por eso que hoy es un día triste. Y, además, no podía ser en otro lugar. La cuna de nuestra civilización, aquella cuyas enseñanzas han perdurado más allá de siglos y milenios… hoy nos dice que ha empezado a apagar las luces y que la fiesta de la democracia entona sus últimas canciones.

No puede sorprendernos. Pues sus vecinos, los antiguos romanos, ya nos lanzaron el primer globo sonda al dotar de poderes máximos un ser no pasado por las urnas. Sí, más o menos como la República romana que, en situaciones de emergencia, contemplaba la opción de convertir al César en dictador supremo. Un par de milenios después, el gobierno de Italia cedió a las presiones del centro de Europa y abdicó. No fue Odoacro quien acabó esta vez con el gobierno romano, si no Angela Merkel. Pero el resultado fue el mismo.

Francia, o mejor dicho, los ideales de la revolución francesa dejaron claros la necesidad de los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Sus pensadores, ya entonces, utilizaron el cuarto (la prensa) para difundir su ideario ya fuere en hojas, gacetas o mediante la enciclopedia de Diderot. Ya entendieron que sin información no hay libertad.

Va siendo ya hora que, más allá de nuestra profesión, nos planteemos que pasa en nuestro alrededor. Si estamos dispuestos a vivir en un mundo de silencios ante las violaciones e injusticias o si por el contrario vamos a luchar para ser cada día más libres. Hoy, sin duda, las tinieblas le ganan a la luz.


Veremos qué pasa mañana…

lunes, 3 de junio de 2013

Els fantasmes de la Transició

Per contextualitzar aquesta entrada al blog, he de dir que jo vaig néixer quan la democràcia era un fet, sobretot gràcies a tres persones tan diferents com un comunista (Santiago Carrillo), un centrista (Adolfo Suárez) i un militar (Gutiérrez Mellado) que amb la seva valentia van contribuir a salvar la democràcia espanyola quan tots els demòcrates s’amagaven sota les taules i cadires dels seus escons i el Rei jugava a veure-les venir sense pronunciar-se. I no s’entengui com una crítica, si no com una realitat.

Parlo de fantasmes de la transició perquè, sembla ser, que als qui no l’hem viscut se’ns prohibeix tàcitament posar-la en qüestió. Escoltant l’altre dia a la Marina Llansana a la tertúlia de Catalunya Ràdio, vaig tenir aquesta mateixa sensació. Quan ella plantejava els dubtes del que s’havia fet bé i malament, els que aleshores ja eren polítics li parlaven amb un to alliçonador, volen dir “ves que dius si tu no ho vas viure”. I realment, vaig sentir molta molta ràbia, més encara quan ara, alguns dels protagonistes de la transició van reconeixent errors, tot i que ho fan en comptagotes.

Sembla ser que els fantasmes i les tenebres d’aquells dies s’hagin de tapar sempre. Que no es pugui posar llum a una sèrie de situacions que, en gran part, han menat cap al país que hi ha avui en dia. Llavors, ja sigui per por o per prudència, no es van afrontar autèntics problemes. Els encaixos nacionals es van voler diluir i la pantomima de les comunitats autònomes va quedar retratada amb la creació de realitats tan fictícies com la Comunitat de Madrid. No sé si pretenia ser un Washington DC, però l’estructura dista molt de l’americana.  A més a més, sempre s’explica que Catalunya no té concert econòmic perquè “va arribar tard”. De veritat? A mi em costa molt de creure aquesta explicació i sí que m’encaixa molt més que l’aportació al fons comú de Catalunya (uns 6 milions d’habitants aleshores) era força més gran que la d’Euskadi i Navarra. Ara, Roca i Junyent, reconeix que no haver aconseguit el mateix tracte fiscal fou un error. Trenta anys després, però es reconeix.

Probablement els que ho van viure diran que no es podia fer de cap més manera, que s’havia de cedir pel bé comú. Però a dia d’avui, trenta anys després, les concessions fetes aleshores continuen ben vigents. De manera preponderant una. El cap d’estat d’Espanya és el mateix que va deixar Franco. Tal vegada no amb la fórmula que hagués desitjat el dictador, però sí en la persona. La transició democràtica només pot acabar quan es deixi de tenir un cap d’estat per la gràcia de Déu, o per la gràcia del Generalísimo i se’n tingui un per voluntat popular. Ja comença a ser hora que s’afronti l’autèntic debat.


Però sembla que no, que parlar dels problemes que fan d’Espanya un estat inestable, que fan que hi hagi molta gent que ens en vulguem independitzar encara no toca. És impossible avançar sense deixar de mirar al passat. És clar que cal saber d’on venim per tenir clar on volem anar, però ja va sent hora que s’afrontin amb valentia els fantasmes que va deixar la Transició. Tot i que, molt em temo, que al Congrés dels Diputats ja no queda gent de la que mira al perill als ulls i li diu: “no em mouré d’aquí passi el que passi”. 

lunes, 20 de mayo de 2013

La Princesa Guerrera


La guerra había llegado a su punto culminante. El general, el único que quedaba, se hallaba huérfano de auténticos líderes y falto de fuerza para lograr motivar las tropas. Unos batallones mermados y cansados de meses de una lucha sin fin.

Por la noche, preludio de la que debía ser la última batalla, el general se marchó. Se alejó unos metros del campamento de los soldados y se refugió en la oscuridad nocturna, tan solo quebrada por una luna llena gigante y blanca. Ésta, se reflejaba encima del lago que les servía para obtener agua potable en tantos meses de sufrimiento.

Ante tal bella estampa, el general se quedó paralizado. Ya ni recordaba los días que hacía que no podía presenciar algo que no fuera horror y dolor. No obstante, adorador de la noche, el hombre se postró ante la imagen de la reina de la noche, implorándole cualquier ayuda para el día de mañana. De rodillas ante el lago, el general vio el descenso de la luna y presenció un nuevo amanecer.

Ya sin esperanzas de que sus ruegos fueran escuchados, y con los primeros rayos de Sol quebrando la oscuridad, el general empezó a ver que el agua se movía. Y no era el viento, pues ni una sola de las hojas de los árboles tenía movimiento alguno. Del centro del lago, o tal vez de las más hondas profundidades, emergió una figura.

Hasta que no la tuvo cerca, no fue capaz de identificarla. La silueta de una mujer se le aparecía ante sí. Caminando por encima del agua, el ruego del general se acercó sin cesar aunque sin prisa. Delante del hombre, le agarró de las manos y lo hizo levantar. “Cree en ti. Confía en tus hombres” fueron las primeras palabras que le dijo. “Me has hecho bajar del cielo para infundirte confianza. Puedes ganar esta batalla”. Él no daba crédito a lo que veía y se frotó los ojos una y otra vez.

Ante sí, la presencia de una persona que solo había escuchado en los cuentos y en los cantares de gesta
pasadas. Los cabellos rubios de la mujer se convertían prácticamente en hilos de oro a medida que iban descendiendo en su larga cabellera. La mirada, tierna a la vez que dura, infundía la seguridad que parecía haber perdido con solo clavar los ojos en ella. Pese a su lunar origen, la bronceada piel de la joven parecía una ligera armadura natural, adornada con las diminutas piezas de ropa que cubrían parte de su cuerpo. Partes de cuero, combinadas en oro y rematadas por un collar plagado de esferas eran el resto de armamento que llevaba. Sin embargo, el rojo pasión de la pluma que colgaba del collar daba muestra de la fuerza de esa celestial aparición. Las piernas, prácticamente infinitas, le daban una altura que superaba al jefe del ejército, que se sentía muy pequeño a su lado. La definición muscular, cuando la mujer se irguió por completo denotaba una anatomía casi perfecta, tan solo vislumbrada en antiguas figuras de mármol que databan de tiempos inmemoriales.  Su voz dulce contrastaba con la fuerza que transmitían sus palabras. Empezó a caminar al lado del general hasta que los dos llegaron al campamento. Fue en ese instante en el que el comandante se dio cuenta que la princesa guerrera que le acompañaba solo era vista por sus ojos. 

Repitiendo lo que ella le decía, logró levantar el ánimo de las tropas hasta el punto que los soldados empezaron a creer en ellos mismos. Ya en el fragor de la batalla, el general cayó de su caballo. Fue entonces cuando, con todo perdido, el brazo de la princesa fue más guerrero que nunca y, tras parar un golpe, que iba para el hombre, con el cuero que estaba en su muñeca, levantó al comandante para llevarlo hasta su destino.

Consciente de lo logrado y tras desvanecerse la imagen que le había acompañado en los instantes más decisivos de su vida, el general ordenó levantar un templo en el lugar donde se ganó la batalla. Cuando le preguntaron en honor a quien, él solo dijo: “a la princesa guerrera” a la que describió, con todo lujo de detalles, para que tan bella a la vez que fuerte estampa quedara para siempre reflejada en donde le había salvado la vida.