Plop, plop, plop… El goteo que se sucedía dentro de la bañera era lento,
sin embargo incesante. El líquido de vida, rojo aburdesado que afloraba de mis
muñecas no era sino el síntoma de una vida que se iba marchando con cada gota,
con cada segundo, siendo su fortaleza inversamente proporcional al charco rojo
que se formaba bajo mi cuerpo.
Solo esperaba que los ejecutores judiciales del banco se les removiera el
estómago en ver lo que habían hecho, lo que habían logrado con su falta de
humanidad y su poca empatía. De destruir familias se habían cansado y ahora era
el momento de que recibieran una lección de vida, una máster class que se
repitiera en sus pesadillas.
Plop, plop, plop… Delante de mis ojos veía una neblina a todas luces
inexistente, pues las 12 del mediodía
del 18 de julio en Barcelona resulta imposible su creación, a no ser que sea
artificial. Resulta paradójico que, el día que en tiempos de Franco era de paga
doble, fuera el último de mi vida. También recibiría mi abono extra, sin
embargo el mío era un camino hacia la eternidad.
La desesperación había invadido mi vida, roto mi familia y me alejó de lo
que más quería, mis hijos. En donde antes había oro, ahora solo quedaba
hojalata oxidada; en el lugar donde dormía mis niños solo quedaba una habitación
vacía, con las paredes manchadas por los muebles que una vez hubo; lo que había
sido el lecho de amor de mi pequeño palacio, era ahora un solar con un parquet
viejo y una almohada sucia del sudor producido por la ola de calor que asolaba la Ciudad Condal.
Plop, plop, plop… Un manto blanco empezaba a cubrir mi vista, no dejándome
ver absolutamente nada. El fin se acercaba para mi, sin lugar a dudas, y la
felicidad del traspaso a la eternidad empezaba a recorrer mis vacías venas. Los
cortes de luz y agua habían sido el preludio de mi desesperación, pero no
siempre había sido así…
La vida me sonreía y vivía montado
en el dólar, o mejor dicho, en el euro que cotizaba el doble que la moneda
americana. Había ascendido meteóricamente en Los reyes de la construcción SA,
una empresa encargada de hacer urbanizaciones de lujo. En poco más de dos años
había pasado de ser un simple peón especialista a actuar como jefe de obra y
solo me había sacado un cursillo por Internet. El Boom de la construcción
ofrecía todo tipo de oportunidades para los chicos que colgamos la carpeta con
16 años. ¿Para que estudiar si puede tener una nómina de más de 2.000 euros?
Y claro, con el ascenso se redujo el
trabajo duro y aumentó el importe de mi nómina. Era julio del año 2.006 y todo
iba sobre ruedas. Hacía un mes que en una terraza de verano había conocido una
preciosidad. Una chica morena, de metro setenta y unas medidas de auténtico
infarto. El alcohol y las drogas nos hicieron perder el control más de lo
normal… El Wiskhy caro y la cocaína eran de consumo obligatorio para un dandi
como yo y ella no era ajena a mi modus vivendi. La noche acabó en la playa… con
demasiado sexo y sin ninguna protección; de esa noche de pasión, locura y vicio
nació nuestro primer niño, Rafa.
Ese mismo agosto, cuando supimos que
estaba embarazada decidimos irnos a vivir juntos en un piso en el centro de
Barcelona, en pleno Eixample. Entre Diputació i Passeig de Gràcia encontramos
nuestro nido de amor. Un piso grande que nos costó una hipoteca de cerca de
3.000 euros mensuales; sin embargo, entre trapicheos de las obras, sobres y mi
nómina, yo me iba a los 4.000 y ella en la estética donde trabajaba se sacaba
otros 1.000 euros. Visto así, el piso era un auténtico chollo.
Antes de que la barriga de la mami
fuera demasiado grande, montamos una boda por todo lo alto; no escatimamos en
detalles y la fiesta acabó siendo memorable. Los regalos de los comensales no
dieron para cubrir el banquete, sin embargo eso daba exactamente igual. El
banco extendió un préstamo por valor de 30.000 euros que sirvió para financiar
el viaje de novios: Dos semanas perdidos en Bali.
La llegada de Rafa fue para febrero.
Entre Marta y yo decidimos que ya se había acabado el trabajar para mi
princesa, que tenia que descansar y hacerse cargo del pequeño y del que
llegaría después. Ambos teníamos claro que nuestro segundo niño debía llevarse
poco tiempo con el primero. Hugo fue engendrado por las mismas fechas que Rafa
y eso nos garantizaba que, pese a ser de años distintos, se llevarían un año a
lo máximo y serían ambos de primeros de año, justo lo que nosotros queríamos.
Ese 2.007 me llevó a un nuevo
ascenso y pese a ser un chico sin estudios, me convertí en la mano derecha de
mi jefe. El era un arquitecto venido a promotor de viviendas de lujo en
urbanizaciones. Era un todo incluido: diseñaba, promocionaba, construía y
vendía. Dejé las tareas en la obra y empecé a ir en Mercedes, haciendo de
promotor de las mismas. El frío ya no era parte de mi trabajo y mi bronceado
solo se debía a las horas que pasaba en la playa o en el solarium del gimnasio
y no a las pesadísimas visitas de obra.
En el segundo semestre del 2.007 no
recuerdo la de sobres que entregué a inspectores de obra, técnicos municipales,
alcaldes y secretarios para que hicieran ojos ciegos a las “pequeñas
variaciones” que sufrían los proyectos aprobados. Como había dinero de por
medio e incluso, en un par de ocasiones, tuve que untar a la oposición, no
había problemas. Las quejas vecinales acababan siempre dentro del cajón del
olvido y nuestras irrergularidades eran dadas como buenas. Los pequeños lujos
del dinero y la compra venta de favores.
Sin duda era mi mejor momento.
Estaba esperando a mi segundo vástago, de nombre Hugo y sí, es por Hugo Boss la
marca favorita de mi princesa. Si lo llego a saber al primero le llamo Tomy,
por Tomy Hlfigher. El segundo semestre del año fue muy duro a nivel de trabajo;
las promociones se iban multiplicando y las largas estancias que pasaba lejos
de casa me hacían echar de menos a mi mujer y mi niño.
Decidí hablar con mi jefe y le pedí
un acercamiento, que me diera las obras más próximas a Barcelona en lugar de
las mejores. Mis comisiones se verían reducidas pero domiría cada noche en
casa. Sin embargo, la respuesta de mi jefe fue que en el siguiente viaje me
acompañaría él.
Tras el día de sobornos, uno más, me
llevó a uno de los clubs más selectos de la ciudad. Solo me dijo:
Elige a las que quieras. En un primer momento no supe que contestar y antes de
darme cuenta, el había elegido por mi. Dos preciosas chicas de pago me
levantaron de mi asiento y me subieron a las habitaciones. Me podría haber
resistido, pero la verdad es que tampoco quise. Me dejé llevar por los placeres
más carnales que el dinero podía pagar y ni tan siquiera me acordé de lo que
tenía en casa.
Realmente me estaba conviertiendo en
un auténtico cabrón, o mejor aún, en un auténtico play boy que no duda en usar
su dinero para conseguir lo que quiere. Yo no tenía el poder adquisitivo de mi
jefe, sin embargo tampoco tenía el peso de la responsabilidad que se aúpaba en
sus espaldas. Lo noche transcurrío con extenuación de juegos múltiples y drogas
varias extendidas entre las piernas de aquellas prostitutas disfrazadas de
sacerdotisas del placer.
Esa noche significo un cambio de mi
mentalidad y entendí perfectamente el mensaje que me quería transmitir mi jefe.
Disfruta de lo que tienes pero no cierres la puerta a los placeres que te
aparecen. Desde ese instante, dejó de importarme los viajes lejanos, es más,
los bendecía porqué me permitían dar rienda suelta a mis pasiones más carnales
y variadas ya fueran hetero, bi o homosexuales. Los vicios se acumulaban en mi
ser como tal emperador de la
antigua Roma.
Las Navidades del año 2.007, las
primeras en las que se empezaba a hablar de la burbuja inmobiliaria, mi jefe me
llamó a su despacho. Me dijo que estaba realmente contento con mi trabajo y que
si la empresa era una referencia en el sector, en gran parte era gracias a mi
brillante trabajo: desde peón a jefe de promociones, o visto de otra manera, el
sueño americano cumplido en Barcelona. Me extendió un papel en el que me hacía
accionista de la empresa, sin duda, el mejor regalo que me podía dar. Y me
cedía, además, un paquete de más del 20%. Ahora si podía decirlo bien alto y
fuerte ¡Era Rico!
Sin embargo, en el mundo de los
negocios, como en la vida real, las cosas no son lo que parecen ser si no lo
que realmente son. Aquel paquete de acciones era un regalo envenenado de una
empresa que vivía al borde de la quiebra y que entró en bancarrota a lo largo
del año 2.008. Coincidiendo con la llegada de mi segundo hijo, empezaron a
llegar cartas de embargo de mis propiedades. Primero apenas las tomaba en
cuenta, pues las obras seguían su curso, pero el día que el último proyecto
tuvo su certificado de final de obra, me di cuenta que detrás de eso ya no
había nada.
Con una frecuencia cada vez más
alta, las cartas de distintas entidades bancarias llegaban a mi domicilio. Al
mío y al domicilio de los otros tres jefes de promoción, que igual que yo,
habían aceptado en las Navidades pasadas ese regalo envenenado. Ese elixir que
contenía el más letal de los venenos y que amenazaba con llevarse la vida,
construída sobre burbujas y castillos de naipes, por delante.
Julio del año 2.008 fue el último
mes que mi flamante nómina de propietario entro en la cuenta corriente. Se
ingresó para ser embargada, prácticamente en su totalidad. Las amenazas de
abandono de mi mujer eran cada vez más serias, por mucho que me costara de
creerlo…
Primero cayó el chalet de la playa,
comprado por un importe muy inferior al de valor en el momento de la venta. El Mercedes
que me acompañaba en todas partes dejó lugar a un Seat León de segunda mano y
el Liceo Francés en el que tenía que empezar Rafa el curso en septiembre se
convirtió en la escuela pública del barrio.
El 2.008 fue el año de la vuelta a
la Tierra tras vivir durante casi dos años en la Luna. Nada comparado
con el año que nos esperaba, o mejor dicho, que me esperaba. Mi jefe seguía sin
aparecer ni hacer frente a las deudas de una empresa que ya no era suya, pues
nosotros firmamos los papeles del traspaso. Poco a poco las posesiones que
había amasado en dos años de locura empezaban a desvanecerse, cual cenicienta
llega a las 12 y ve la regresión del encanto de la hada, volviendo la carroza
en calabaza.
El banco había dejado de concederme
préstamo y aquella línea de crédito que creía ilimitada desapareció. Las cuotas
de los créditos de la casa, la boda, el viaje o el coche empezaron a dejarse de
pagar y a las cartas recibidas por las deudas empresariales se le sumaban las
personales.
Al regresar de una de estas
maratonianas reuniones en el banco, me encontré la casa distinta. Mi mujer se
había marchado llevándose a mis niños de la mano y dejando una carta, redactada
por un abogado, en que me citaba en una semana para la separación de bienes. Mi
vida personal dejó de existir y tan solo el wiskhy era consuelo para mi.
Peor aún fue el encuentro, pues
Marta llegó de la mano de mi ex jefe. Ambos utilizaron mi adicción a las drogas
y a las putas para alegar la separación. Ahora me encajaba todo… Mi jefe se
tiraba a mi mujer a mis espaldas, valga la redundancia y hurgó toda esta trama
para dejarme sin nada…Las miradas cómplices que se dedicaban no hacían otra
cosa que refrendar este hecho. Mi vida estaba acabada…