martes, 31 de enero de 2012

Los amantes

El Sol se hundía en el fondo de las montañas nevadas, dando paso a una profunda oscuridad que cubría el valle. Aquella pequeña llanura situada entre dos picos que bien podrían ser pareja. Los dos montes parecían ancianos pues la innivación de sus cimas parecía cual cabello canoso. La poca vegetación dibujar unas ligeras arrugas que denotaban el longevo tiempo desde su creación. Nacimiento o tan solo aparición pues su antigüedad superaba la de cualquiera de los seres vivos que pudieran presenciarlos. Sin embargo el paso de los años no les restaba majestuosidad, más bien al contrario, les dotaba de una entidad tan solo al abasto de los ancianos.

El gran lago del valle reflejaba aquella pareja atemporal, envejecida por la erosión climática y embellecida por el paso de los años. Como el buen vino decían los abuelos del pueblo que, a su vez, eran depositarios de las historias de sus antepasados. Retratos y dibujos del lago siempre mostraban reflejados los amantes de piedra, pues esa estructura ya se había convertido en popular, admirada y visitada. 

Monstruos y princesas, truhanes y bandidos, príncipes y mendigos habían pasado por la sombre de los amantes. Parejas se habían enamorado paseando por las infinitas sendas y tantas otras habían consumado sus traiciones, pues el monte del amor escondía todos los secretos posibles en sus entrañas; los más banales y los más terribles. 

Los más ancianos decían que cada año la distancia entre los montes era más pequeña, sin embargo eso no dejaba de ser una leyenda. Si era cierto que, con el sol crepuscular, rojo e desdibujado, la figura de los amantes parecía besarse encima del lago. Furtivo, rápido e imprevisto... los amantes siempre acababan volviendo diariamente a su cita en el espejo de agua, dando cobertura a su sombre a cuales personas pasionales escondidas de la sociedad decidían liberar cual fuego retenido en un castillo de explosiones momentáneas, sabedores de la fugacidad del regocijo de sus estrellas. 

miércoles, 25 de enero de 2012

Había una vez....

Había una vez en una tierra muy muy lejana un reino que tenía muchas particularidades. En el terreno del monarca no existía la igualdad entre los sexos pues las princesas solo serían reinas si se casaban con otro rey, pues en su tierra eso era imposible. Además, a diferencia de sus compañeros vecinos, el monarca lo era por imposición de un malvado brujo que había dominado el país ganando una guerra y con mano de hierro. Además, predicaban con dar ejemplo ante un pueblo en ebullición, sin embargo su familia era la primera de robar.

Además de la familia del Rey, que no era nada ejemplarizante estaban los gobernadores. Éstos gozaban de una impunidad fuera de lo normal. Elegidos democráticamente, tenían permitido robar y abusar de su poder tanto como les gustara. Desfalcar y beneficiarse hasta que nada más cupiera en sus bolsillos sabiendo que todos los tribunales populares les declararían "no culpables" cuando todas las pruebas demostraban sus malas artes.

Era un reino en el que la justicia era injusta, valga la redundancia. Existía un jurista que se dedicaba a perseguir a los bandidos, delincuentes y asesinos de los países vecinos y era aplaudadio. En el momento que lo hizo en su reino, tuvo que sentarse en el banco de los acusados por juzgar lo que antes había hecho fuera y era aplaudido en el mundo entero.

En los juegos del reino había unas reglas, sin embargo en el momento de pisar el coliseo existían ciertos gladiadores que tenían bula. Se les permitía todo, en contra del espectáculo y sus adversarios sin que nada pasara. Eso no era Roma y, en teoría, no todo estaba permitido; sin embargo la justicia deportiva siempre encontraba un motivo para mirar a otro lado.

Finalmente, era un reino en que los gobernantes denunciaban a los falsos deportistas en lugar de los compañeros corruptos. Un lugar idílico en que las leyes servían para acumular a los delincuentes de reinos vecinos que encontraban ahí su paraíso.

Y todo ocurría en un reino muy muy lejano...

miércoles, 11 de enero de 2012

Busca tu tesoro

Entró en aquel laberinto con la esperanza de hallar a su particular minotauro; aquel que le guiara hasta el cofre lleno de piedras preciosa. O tal vez emprendió aquella carrera frenética buscando la olla llena de monedas de oro que los leprechauns esconden en el final del arco iris. Más aún, rebuscó en sus bolsillos para sacar un trozo de papel que tuviera una X bien grande marcada, para emprender el camino en busca del tesoro, del premio que algún pirata había escondido para morir antes de recoger. Tal vez fuera aquel camino de baldosas amarillas lo que le hacía pensar que lograría hacerse con alguno de esos regalos, que la mitología había colocado en el imaginario popular para que él los acabara encontrando.

El crecer de su persona le llevó a ir descubriendo nuevos entramados, aquellos que hacen o provocan la complicación de la vida de los seres humanos; celos, envidia, odio… La cara B de la luna, la que el Sol nunca calienta y se acaba volviendo desconocida. Poco a poco se iba dando cuenta que su camino emparquetado en oro no era más que cemento y que los arco iris no dejaban de ser efectos ópticos; los laberintos naturales se podían marchitar y que la infinitez del universo no era un mito, sino una realidad.

Fue en ese momento, justo en el que la conoció, cuando vislumbro que los tesoros con los que había soñado solo tenían una forma mitológica, y esa era en cuerpo de mujer. Que la belleza residía en ese diminuto cuerpo, perfectamente diseñado para ser su igual, a la vez que su complemento; para mirarle a los ojos, viendo su igualdad reflejada en esas dos ventanas que le mostraban el mundo desde su otro prisma.

En ese instante vio pasar como una luz todos los tesoros de su infancia, entrando en el cuerpo de aquella mujer, que le desarmó con una sonrisa, le hipnotizo con una mirada pero que le enamoró en el momento que le hizo pensar; aquella chica le dio la lección más importante de la vida… Aquella que dice que el órgano que más te hace enloquecer del cuerpo humano no está a la vista, se esconde bajo innumerables corazas, tanto físicas como invisibles. Le enseñó que el cerebro nos hace iguales ante el mundo… En definitiva, le enseñó que tenemos un tesoro dentro y que de cada cual depende que se convierta en ese maravilloso objeto de deseo, en ese tesoro escondido entre mil mares…