miércoles, 25 de enero de 2012

Había una vez....

Había una vez en una tierra muy muy lejana un reino que tenía muchas particularidades. En el terreno del monarca no existía la igualdad entre los sexos pues las princesas solo serían reinas si se casaban con otro rey, pues en su tierra eso era imposible. Además, a diferencia de sus compañeros vecinos, el monarca lo era por imposición de un malvado brujo que había dominado el país ganando una guerra y con mano de hierro. Además, predicaban con dar ejemplo ante un pueblo en ebullición, sin embargo su familia era la primera de robar.

Además de la familia del Rey, que no era nada ejemplarizante estaban los gobernadores. Éstos gozaban de una impunidad fuera de lo normal. Elegidos democráticamente, tenían permitido robar y abusar de su poder tanto como les gustara. Desfalcar y beneficiarse hasta que nada más cupiera en sus bolsillos sabiendo que todos los tribunales populares les declararían "no culpables" cuando todas las pruebas demostraban sus malas artes.

Era un reino en el que la justicia era injusta, valga la redundancia. Existía un jurista que se dedicaba a perseguir a los bandidos, delincuentes y asesinos de los países vecinos y era aplaudadio. En el momento que lo hizo en su reino, tuvo que sentarse en el banco de los acusados por juzgar lo que antes había hecho fuera y era aplaudido en el mundo entero.

En los juegos del reino había unas reglas, sin embargo en el momento de pisar el coliseo existían ciertos gladiadores que tenían bula. Se les permitía todo, en contra del espectáculo y sus adversarios sin que nada pasara. Eso no era Roma y, en teoría, no todo estaba permitido; sin embargo la justicia deportiva siempre encontraba un motivo para mirar a otro lado.

Finalmente, era un reino en que los gobernantes denunciaban a los falsos deportistas en lugar de los compañeros corruptos. Un lugar idílico en que las leyes servían para acumular a los delincuentes de reinos vecinos que encontraban ahí su paraíso.

Y todo ocurría en un reino muy muy lejano...

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