Llegó el día en
que se miró al espejo y vio su reflejo. Más allá de las imágenes que había
vislumbrado a lo largo de su vida en cualquier objeto que la reflejara, no fue
hasta ese día que cruzó el espejo. La redundancia de las primeras letras solo
es comprensible con la auténtica duplicidad de una imagen que hubiera hecho empalidecer
a la más narcisista de las personas.
La importancia
del momento se dio porqué no es solo la silueta lo que veía antes sus ojos si
no que lo que aquel espejo reflejó fue su esencia. Más allá del color de los
cabellos, de la tonalidad de los ojos y de la amplitud de su sonrisa, Alicia
vio lo que era a los ojos del mundo. Su cabello negro azabache se tornó en
hilos de oro, sin embargo su amplia sonrisa seguía siendo exactamente la misma.
El habla se le
quebró pues no sabía a ciencia cierta que era lo que le pasaba a su espejo, el
que siempre le había enseñado como era por fuera. Pero la magia de los momentos
especiales permite situaciones inverosímiles. Ella estaba viviendo una, esa vez
frente un espejo que la había trasladado en un mundo desconocido hasta la
fecha.
Tras ese momento
de estupefacción, sus diamantes negros se clavaron en aquel reflejo de su ser. Alargo
la mano hasta tocar el espejo. Como si del estanque de Narciso se tratara, las
ondas circulares aparecieron a cual tsunami con su dedo como epicentro. Se
asustó, pues se dio cuenta que algo desconocido le estaba pasando. Apartó la
mano con fuerza hasta regresarla a su cintura mientras sus ojos observaban como
las aguas volvían a su cauce.
Su alter ego la
llamaba. Tras unos momentos de tensión, nervios y muchas dudas, sonrió. Dio dos
pasos atrás, para coger impulso y se lanzó. De un salto atravesó el cristal líquido
y entró en el mundo de las sensaciones. Aquel en que la crueldad humana era un
mito y en el que sonreír era una obligación. Con su rubio alter ego, cogidas de
la mano, empezaron a caminar con el Sol alumbrando su camino y con la felicidad
en el final de su destino.
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