domingo, 23 de febrero de 2014

La poma, la cistella i el desig de canviar el món

Tots hem sentit alguna vegada a la vida aquella expressió tan vella de "Si hi ha una poma podrida, acabarà podrint tota la cistella". I no deixa de ser terriblement certa, doncs tots hem pogut visualitzar al nostre entorn com un fet negatiu s'acaba propagant amb molta més velocitat que una cosa bona. Dit d'altra manera, i utilitzant un altre tòpic: "Una mentida ha donat la volta al món quan la veritat encara no s'ha posat ni els pantalons". I el pitjor de tot plegat és que a la sala, pràcticament ningú podria aixecar la mà i dir que mai a la vida ha participat, directa o indirectament, a ajudar a podrir "una cistella de pomes".

Arribat en aquest punt, en que hi ha un grapat de pomes sanes que volen canviar el món, cal prendre'n consciència. Perquè massa sovint, pomes sanes i madures, en el seu millor moment s'han acabat passant i en conseqüència podrint, per què ningú se les va menjar a temps. És a dir, la importància del moment acaba sent crucial. Allò del moment indicat i el lloc oportú.

Amb tot això, acabes per pensar... Val la pena lluitar per canviar el món? Si quan encara no has pogut començar a treballar ja t'han col·locat alguna poma podrida a prop que et vol convertir "en material per a sucs". I tant que val la pena. El que hi ha en joc és massa important com per permetre'ns el luxe de tirar la tovallola, deixar-nos endur per la corrent.

Massa sovint et prenen per ximple, quan tens aquells somnis de voler canviar el món. I si bé tenen part de raó, si no hi hagués aquests esperits lliures i somniados, que es neguen a podrir-se com ho fa el seu entorn, probablement encara viuríem en coves.

Simplement vinc a dir que sí, lluita. Val la pena. No et rendeixis, perquè després et sabrà greu haver renunciat. I sí, també m'ho dic a mi mateix. Perquè al final del viatge, i quan ens posem davant del mirall, hem de ser capaços de poder mirar sense apartar la vista. I sobretot, veure el que em fet i ja no dic poder sentir orgull, perquè massa vegades aquesta paraula s'acaba convertint en quelcom negatiu, però sí que ens agradi.

Pot se tot això només m'ho estic dient a mi mateix. I aquest text acabi sent un mirall. Pot ser si. Però, sigui com sigui, l'important és menjar-se la poma quan està madura.

martes, 11 de febrero de 2014

Crido

Crido, amb totes les meves forces i la meva ànima, i gairebé no se’m sent. Ni tampoc se m’escolta més enllà del coll de la camisa. I malgrat tot crido. Però la meva veu s’ofega. I ho fa sota un grapat de maleïdes convencions socials, més encarregades en prejutjar, jutjar i malmetre a les persones que no pas en poder fer que cada dia visquem en un món millor.

Perquè més enllà de les aparences, massa sovint ens oblidem que hi ha persones. Que viuen i senten tant com cadascú dels que puguem estar llegint aquest escrit. Però massa sovint aquestes crits queden amagats pel xivarri d’una societat aparentaria, amb afany de jutge, fiscal, i també de botxí.

És per això que crido, des del cim més alt de la carena, i amb totes les meves forces, però la veu es perd entre la solitud de les muntanyes doncs el guardat de les formes no deixa fer-ho en cap altre entorn que no sigui aquest. Doncs de dir les veritats seria titllat per la societat inquisidora, que sembla no haver avançat massa respecte els temps feudals.

I avui escric, el que diria cridant en mig de la plaça més cèntrica, doncs no hi ha xivarri ni rebombori que amagui les lletres encadenades una darrera l’altra. Dient amb tota la força que ja n’hi ha prou d’aquesta societat farcida de jurats populars de cantonada, de jutges de plaça, de botxins del cap del carrer i de persones que no poden cridar ni ser lliures per culpa de la presó que suposen les maleïdes convencions socials i que ens han menat a una societat que creu ser més lliure que mai quan realment viu esclavitzada en els seus propis errors.


Un crit, per si sol, s’apagarà en la multitud de veus. Però si totes les veus s’uneixen en un sol crit, encara hi ha futur i esperança per nosaltres. Una altra realitat és possible, però cal que cridem tots junts i molt fort per a poder-la arribar a veure. 

lunes, 20 de enero de 2014

Entre valores y progreso

Era una de aquellas tardes del verano permanente que se vive en la franja ecuatorial. Yo yacía en el suelo con mi último aliento aún dentro, sintiendo como la lluvia, tan impredecible como habitual, caía sobre mi. Y, mientras los nubarrones cubrían el cielo, me acordé de los motivos que me habían llevado a estar tumbado sobre la hierba, atravesado por el progreso que yo había defendido no hacía demasiadas lunas.

Todo empezó con el primer viaje en busca de las Indias y que acabó en este nuevo continente. Yo era uno de los tripulantes de aquellas tres carabelas. Fui de los que decidí quedarme y descubrir aquellas nuevas tierras que había más allá de las islas bañadas por lo que ustedes conocen ahora como el mar del Caribe. Me adentré y me topé con una cultura milenaria. Los Mayas. Como decía, cultura ancestral adoradora de la naturaleza cuyos valores no estaban pervertidos por el mal llamado "progreso".

Su parajes eran aún vírgenes, construcciones hechas sin tecnología que los europeos, los "avanzados europeos", éramos incapaces de saber como se habían hecho. Un auténtico pozo de sabiduría que se había detenido en el tiempo, simplemente porqué el progreso (el nuestro, el europeo) no era imprescindible para la vida, para ser felices y sí la convivencia con la madre naturaleza. No en vano, en el centro de su universo se hallaba la figura de un árbol, capaz de conectar el cielo y la tierra con su altura y sus raíces. Lo que en la Vieja Europa nunca hubiera concebido, en el Nuevo Mundo lo hice mío. No por la fuerza, si no por auténtico y puro mimetismo.

Para los nuevos Europeos que llegaban con cada viaje, los que ya estábamos éramos embajadores y los primeros conquistadores. Nunca soporté ese término. Además, a medida que iba adentrándome en dicha cultura, mis lazos afectivos con mi pasado se rompían y mi corazón estaba más cerca de esa nueva vida que conocía. Admito que mi admiración no fue únicamente cultural. Allí descubrí cosas que ni tan siquiera sabía que existían. Una belleza indómita, natural y hechizante. Fue al mirar aquellos ojos negros, que sentí que nunca más iba a marcharme de mi casa. Sí, mi casa.

Es por eso que hoy estoy en el suelo. Porqué los que antaño fueron mis compatriotas decidieron obedecer a la codicia y destruir todas estas civilizaciones en pro de arrebatarles sus tesoros. Matar a golpes de cruz en pro de una religión que ni tan siquiera ellos hacen suya por más que hablen. Y en definitiva porqué los llegados de la Vieja Europa enterraron sus valores por un puñado de oro y prefirieron destruir y ahogar a quienes les brindaron su casa, su convivencia y sus recursos.

No podía luchar en ese bando. Por más que las máquinas de guerra nos pasaran por encima. Por más que mis antiguos compatriotas nos masacraran. Si debía morir lo haría aquí y ahora. Luchando por el Nuevo Mundo que era como uno siempre había soñado. En convivencia con todo y a favor de, nunca en contra. Y por eso a los que vinieron a destruirlo les maldigo.

En los pocos días que tuvimos para prepararnos enseñé cuatro trucos a mis nuevos amigos. Insuficientes para ganar, cierto, pero sí para morir con dignidad. Sabíamos que estábamos perdidos. No éramos tan "avanzados" porqué tan solo contábamos con mi arma de pólvora. Y como digo, seríamos masacrados por el mal llamado progreso, que visto desde el suelo y con la lluvia mojándome no puedo ponerle otro nombre que atraso. Atraso de civilización pues prefiere la muerte y la destrucción, ama la codicia y la avaricia rechazando a quienes les enseñaron sus secretos y brindaron su ayuda.

El primer disparo impactó en mi pecho. Fui el primero en caer. Mientras mis amigos me sacaban arrastrando sabía que ya no habría mañana. Detrás de la guardia, me esperaba ella. Me miró a los ojos y agradezco a Dios que aquellos diamantes negros fueran mi última visión. Se acercó y me abrazó, su larga y lisa melena negra cubrió parte de mi rostro y de mi maltrecha armadura. Cuando se separó, al mismo ritmo que nos separábamos expiré y conmigo se perdió parte de la cordura de aquellos exploradores que soñaban con convivir en un Nuevo Mundo. En su lugar llegaron conquistadores, cuyos herederos, siglos más tarde, fueron expulsados de la misma manera en que ellos habían maltratado a los habitantes autóctonos.

Hoy, mañana y siempre solo puedes convivir con quien acepta que seas su igual. Si quiere tenerte bajo su yugo, su asfixia y su control a eso no se le llama convivir. Destruyeron una cultura, pero nunca el recuerdo y la fuerza de lo que fue y que perdura con el paso de los siglos.


miércoles, 15 de enero de 2014

Llegado el momento

Sentía que no podía mirar atrás. Su decisión estaba tomada y a cada paso de su brioso corcel estaba convencido de haber hecho lo correcto. El trote rápidamente dio paso al galope y el bosque que debía cruzar acabó por convertirse en un seguido de imágenes, sin demasiado sentido, pues su cuerpo se adaptaba al de su caballo buscando la posición para que la velocidad fuera extrema. Lo logró.

Mientras avanzaba en busca de la torre más alta ni le importó a cuantos tuvo que dejar al borde del camino. Su único objetivo era llegar, sin importar el precio que pagara. Su brazo no estaba plenamente recuperado, pero su astucia superaba la de sus rivales. Si bien es cierto que su armadura, un arapo de cuero, apenas le protegía, no es menos veraz que le daba una facilidad de movimientos que los maceros conquistadores no tenían. Él, su espada y su caballo cruzaban líneas infectadas de infelices que combatían por dinero, con la misma facilidad que un pájaro surca el cielo. Su cometido era más, mucho más que una bolsa llena de plata.

Sabía que el tramo final, hasta llegar al castillo, sería el más difícil. La guardia pretoriano del tirano era la que estaba en el último nivel. Sin embargo, seguía existiendo una diferencia abismal entre él y sus rivales. Unos luchaban por dinero, solo por dinero, y él lo hacía en honor a lo que sentía, más allá de arcaicos juramentos. Luchaba en pro de la libertad y en beneficio de la justicia. Y era precisamente eso, libertado y justicia, la fuerza secreta de unos puños jóvenes que apartaban maceros como quien corta flores del jardín.

Su inseparable media loba seguía a su lado. Mordiendo a cualesquiera que fueran los arqueros que le querían derribar. Desde la sombra, aparecía siempre para salvarle la vida cuantas veces fuera necesario. Una mezcla de destreza e ingenio le llevaron hasta las puertas del castillo. Allí, su capa negra y larga cubrió su cuerpo dándole un aire de majestuosidad que no se había presenciado hasta el momento. Erguido, al lado de su caballo, ahora sí parecía por fin el caballero que se esperaba que fuera.

Una puerta, las escaleras y un tirano eran lo que separaban al caballero de la princesa. Llegó el momento de olvidar el miedo, pues te paralizar, de abrir bien los ojos, pero no los dos de la cara si no los sentidos ya que de trampas estaría el camino lleno. Y especialmente de avanzar, pues luchando con libertad y justicia nada, absolutamente nada podía salir mal.

domingo, 8 de diciembre de 2013

El vacío de tu ausencia, la magia de tu presencia

El día llegaba a su ocaso, quizás un poco antes de lo habitual, pues ciertas nubes oscurecían la puesta de Sol y hacían que la oscuridad llegara antes de su hora. Tras varios días de calor veraniego más que primaveral, un manto de lluvia había aparecido, para devolver a la realidad climática aquellos chispazos que querían confundirnos. Para mi, aquella lluvia escondía algo más.

Los fogonazos de calor de la última semana había ido acompañado de una presencia inesperada, o tal vez largamente esperada, quien sabe. Supongo que es aquello que los entendidos llaman la alineación de los astros cuando todo lo suceptible de salir bien, sale bien. O al menos uno cree que sale bien.

Aquella primavera de 1910 estaba siendo diferente, especial y mágica. Las tardes en bicicleta, las puestas de Sol, el florecer de las plantas y aquellos primeros días de calor... Como decía, todo era perfecto. Aún recuerdo lo duro que era el sillín, lo grandes que eran las ruedas y la fragancia de aquellas flores recién cortadas. 

Pero, sería justo decir y recordar, que las flores eran bellas, sí, pero su belleza caía en el olvido cuando se postraban en aquella mano. Pocas veces un espectáculo así se puede presenciar y yo, aquella primavera, aquella última semana primaveral de 1910 la pude vivir. Pensando que la bucólica imagen y que el embriagador aroma de aquella postal de película sería para siempre.

Pero siempre es una palabra de difícil pronunciación y aún más de prácticamente imposible cumplimiento. Coincidiendo con aquella lluvia primaveral, habitual en esas fechas aunque ese año aún no había aparecido, llegó el momento de partir. Supongo que por doloroso su diálogo fue obviado, pero acabó llegando. 

Fue en subir al tren, sentarme y empezar a pensar en lo que dejaba en aquella estación que sentí el vacío. Sentí el vacío de tu ausencia pues no sabía cuando volvería a tenerte entre mis brazos. Mientras mi corazón bombeaba sangre que te echaba de menos, mi cabeza me llevó a otra parte. Me volvieron los recuerdos, te veía sentada frente a mi en cerrar los ojos. Sentía dentro de mi la magia de tu presencia. 

Esa dualidad provocó en mi risas y llanto. Lloraba por el vacío que me dejaba tu ausencia pero dibujaba una pequeña sonrisa recordando la magia de tu presencia. 

martes, 19 de noviembre de 2013

El caballero de la flecha

Estaba cayendo del caballo. No sabía que era lo que había impactado en su hombro derecho pero sí que dolía y además mucho. Un sensación de frío le recorrió el cuero a la vez que por donde le había entrado aquella flecha le ardía a cual llamas del infierno. Fue el suelo lo que frenó aquel intenso dolor pues el impacto de su yelmo contra las piedras del camino le dejó inconsciente, como anestesia para operaciones.

El joven caballero emprendía el camino a casa tras una inquietante reunión en la corte de su Rey. El monarca le había dejado claro que su corta edad no era excusa para que no se hiciera cargo del legado de sus ancestros. Sin embargo, nadie dijo que las herencias recibidas fueran buenas y esta en concreto no lo era. Más allá de las tierras, lo siervos o el ganado, sus antepasados no habían cumplido con los tributos y ahora ya fallecidos le pasaban el testigo.

El Rey le pidió que se arrodillara. Y en los nombres de San Miguel, San José y San Jorge le ordenó caballero, para después cruzarle la cara golpeándole con el anillo. Aquel rostro, hasta entonces impoluto quedó marcado de por vida "para que no se te olvide el juramento" le dijo. Abatido, con la sensación extraña de saberse perdedor, bajó la mirada y salió caminando de la sala del trono. En la puerta, la princesa se detuvo frente a él.

- Levanta la cabeza, eres un caballero y los caballeros no miran al suelo. Miran a la vida a los ojos, más allá de lo que haya pasado.
- Sí, señora - dijo levantando la mirada y embriagándose con el embrujo de sus ojos.

Se sonrojó, balbuceó unas palabras y finalmente tartamudeó. Sintió que hacía el ridículo más espantoso de su vida. Que había tenido la oportunidad de hablar con la Princesa y que se había quedado prácticamente mudo.

Antes de marcharse cargó el carro del caballo porqué no tenía un escudero. Otra de las gracias del legado familiar. Fue entonces cuando levantó la vista y vio, en una de las ventanas del torreón más hermoso del castillo, aquellos ojos que le habían dejado hechizado. Maldijo una vez más su suerte y con una lágrima llena de tristeza bajando por su mejilla se subió al caballo y cabalgó. A su lado, su inseparable compañera. Una medio loba de ojos grises que le acompañaba a todas partes. Era su refugio en los malos momentos, en mañanas soleadas de paseo cuando aún era un niño, o noches oscuras desde su mayoría de edad.

Con la cabeza aún en la corte del Rey, pensando en que ya nada podía enmendar el ridículo cometido, llegó el primer impacto. Una flecha cruzó el bosque, cortando el viento, e impactó en su hombro derecho tumbándolo del caballo...

No sabía el tiempo que había pasado inconsciente. Fueron su medio loba que, a base de insistir logró despertarlo. Le dolía el brazo, había perdido ya mucha sangre y ésta seguía brotando. Observo una nota enganchada en el árbol contiguo que decía "A cambio de tus deudas". Miró a los costados y nada más que su caballo quedaba en aquel camino empedrado construido entre los árboles.

En pleno deliro y desolación por perder lo que tenía, por haber que lidiar con una herencia envenenada, recordó unas palabras que le salvaron la vida: "Levanta la cabeza, eres un caballero y los caballeros no miran al suelo. Miran a la vida a los ojos, más allá de lo que haya pasado". Como si aquella Princesa de ojos con embrujo estuviera a su lado, el caballero notó como la fuerza le volvía a su maltrecho brazo.

Se levantó con la ayuda de la medio loba y aún desangrándose logró formar un torniquete con su camisa. Aquella voz no dejaba de resonar en su cabeza. Y le daba fuerza. Se montó en el caballo y empezó a galopar. Fue entonces cuando abrió su mano izquierda y dentro vio que seguía teniendo la pequeña esclusa de oro. El motivo de su visita al Rey, su cometido.

Juró protegerla con la vida, porqué llegaría el momento en que fuera necesaria. El momento en que ningún viejo linaje pesaría más que la realidad del presente. En el que superar sus miedos, sus dudas y tomar las riendas de su vida de caballero como hacía con su caballo.

Llegado a su tierra, aún con el brazo dañado, arribó el mensajero. Era el momento. No miró atrás y sí adelante. Tomó su decisión, en contra de lo que su linaje le decía y emprendió su camino de vida. Cumpliendo únicamente con lo que el creía justo y deseaba, más allá de arcaicas promesas y tradiciones que nada tenían que ver con él. Se tatuó una flecha en su brazo. Completamente negra. Que siempre señalaba hacia adelante, que es como hay que mirar a la vida.

lunes, 11 de noviembre de 2013

¿Vuelvo a creer?

Llega un momento en que uno mismo se ve obligado a replantearse en todo lo que creía hasta la fecha. Sus actos del pasado, su porvenir en el futuro, sus creencias, sus logros y sus miserias. Más tarde o más temprano algo te obliga a eso, a pensar, a creer y sobretodo a reflexionar si lo que has defendido hasta la fecha ha sido bueno, malo o simplemente no has acertado en tu toma de decisiones.

En ese punto de la partida, lo más habitual es que el miedo entre a jugar de una manera preponderante. No porqué seas miedoso pero sí porqué cualquier variación de los status quo de la vida producen, eso miedo. Más allá de que sepas que los cambios pueden ser buenos, ya lo decían nuestros ancestros con aquella célebre frase de "más vale malo conocido que bueno por conocer".

Pero, ¿y si juegas al malo? La apuesta siempre es arriesgada, pero como en una ruleta debes escoger. En ese momento debes tener el valor suficiente para mirar a tu nueva causa a los ojos, por más profundos que sean. Entrar dentro de si y escudriñar cuanto seas capaz.Solo así sabrás si puedes acertar en la decisión. El valor de enfrentarte directamente con tu nueva causa, como decía, clavarle la mirada en sus ojos y sentir que en ese preciso instante el (tu) mundo deja de girar.

Si eres capaz de sentir, presentir, notar y vivir esa sensación, en el momento que la Tierra siga su curso sabrás que has ganado la partida. Habrás llegado a la meta y estarás en el lado bueno de las cosas. Porqué solo así, podrás volver a tener aquella sensación que habías perdido en el momento de tu replanteo vital.

Y sí, tendrás una nueva causa por la que luchar y dar tu vida. Habrás vuelto a creer.