miércoles, 15 de enero de 2014

Llegado el momento

Sentía que no podía mirar atrás. Su decisión estaba tomada y a cada paso de su brioso corcel estaba convencido de haber hecho lo correcto. El trote rápidamente dio paso al galope y el bosque que debía cruzar acabó por convertirse en un seguido de imágenes, sin demasiado sentido, pues su cuerpo se adaptaba al de su caballo buscando la posición para que la velocidad fuera extrema. Lo logró.

Mientras avanzaba en busca de la torre más alta ni le importó a cuantos tuvo que dejar al borde del camino. Su único objetivo era llegar, sin importar el precio que pagara. Su brazo no estaba plenamente recuperado, pero su astucia superaba la de sus rivales. Si bien es cierto que su armadura, un arapo de cuero, apenas le protegía, no es menos veraz que le daba una facilidad de movimientos que los maceros conquistadores no tenían. Él, su espada y su caballo cruzaban líneas infectadas de infelices que combatían por dinero, con la misma facilidad que un pájaro surca el cielo. Su cometido era más, mucho más que una bolsa llena de plata.

Sabía que el tramo final, hasta llegar al castillo, sería el más difícil. La guardia pretoriano del tirano era la que estaba en el último nivel. Sin embargo, seguía existiendo una diferencia abismal entre él y sus rivales. Unos luchaban por dinero, solo por dinero, y él lo hacía en honor a lo que sentía, más allá de arcaicos juramentos. Luchaba en pro de la libertad y en beneficio de la justicia. Y era precisamente eso, libertado y justicia, la fuerza secreta de unos puños jóvenes que apartaban maceros como quien corta flores del jardín.

Su inseparable media loba seguía a su lado. Mordiendo a cualesquiera que fueran los arqueros que le querían derribar. Desde la sombra, aparecía siempre para salvarle la vida cuantas veces fuera necesario. Una mezcla de destreza e ingenio le llevaron hasta las puertas del castillo. Allí, su capa negra y larga cubrió su cuerpo dándole un aire de majestuosidad que no se había presenciado hasta el momento. Erguido, al lado de su caballo, ahora sí parecía por fin el caballero que se esperaba que fuera.

Una puerta, las escaleras y un tirano eran lo que separaban al caballero de la princesa. Llegó el momento de olvidar el miedo, pues te paralizar, de abrir bien los ojos, pero no los dos de la cara si no los sentidos ya que de trampas estaría el camino lleno. Y especialmente de avanzar, pues luchando con libertad y justicia nada, absolutamente nada podía salir mal.

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