martes, 19 de noviembre de 2013

El caballero de la flecha

Estaba cayendo del caballo. No sabía que era lo que había impactado en su hombro derecho pero sí que dolía y además mucho. Un sensación de frío le recorrió el cuero a la vez que por donde le había entrado aquella flecha le ardía a cual llamas del infierno. Fue el suelo lo que frenó aquel intenso dolor pues el impacto de su yelmo contra las piedras del camino le dejó inconsciente, como anestesia para operaciones.

El joven caballero emprendía el camino a casa tras una inquietante reunión en la corte de su Rey. El monarca le había dejado claro que su corta edad no era excusa para que no se hiciera cargo del legado de sus ancestros. Sin embargo, nadie dijo que las herencias recibidas fueran buenas y esta en concreto no lo era. Más allá de las tierras, lo siervos o el ganado, sus antepasados no habían cumplido con los tributos y ahora ya fallecidos le pasaban el testigo.

El Rey le pidió que se arrodillara. Y en los nombres de San Miguel, San José y San Jorge le ordenó caballero, para después cruzarle la cara golpeándole con el anillo. Aquel rostro, hasta entonces impoluto quedó marcado de por vida "para que no se te olvide el juramento" le dijo. Abatido, con la sensación extraña de saberse perdedor, bajó la mirada y salió caminando de la sala del trono. En la puerta, la princesa se detuvo frente a él.

- Levanta la cabeza, eres un caballero y los caballeros no miran al suelo. Miran a la vida a los ojos, más allá de lo que haya pasado.
- Sí, señora - dijo levantando la mirada y embriagándose con el embrujo de sus ojos.

Se sonrojó, balbuceó unas palabras y finalmente tartamudeó. Sintió que hacía el ridículo más espantoso de su vida. Que había tenido la oportunidad de hablar con la Princesa y que se había quedado prácticamente mudo.

Antes de marcharse cargó el carro del caballo porqué no tenía un escudero. Otra de las gracias del legado familiar. Fue entonces cuando levantó la vista y vio, en una de las ventanas del torreón más hermoso del castillo, aquellos ojos que le habían dejado hechizado. Maldijo una vez más su suerte y con una lágrima llena de tristeza bajando por su mejilla se subió al caballo y cabalgó. A su lado, su inseparable compañera. Una medio loba de ojos grises que le acompañaba a todas partes. Era su refugio en los malos momentos, en mañanas soleadas de paseo cuando aún era un niño, o noches oscuras desde su mayoría de edad.

Con la cabeza aún en la corte del Rey, pensando en que ya nada podía enmendar el ridículo cometido, llegó el primer impacto. Una flecha cruzó el bosque, cortando el viento, e impactó en su hombro derecho tumbándolo del caballo...

No sabía el tiempo que había pasado inconsciente. Fueron su medio loba que, a base de insistir logró despertarlo. Le dolía el brazo, había perdido ya mucha sangre y ésta seguía brotando. Observo una nota enganchada en el árbol contiguo que decía "A cambio de tus deudas". Miró a los costados y nada más que su caballo quedaba en aquel camino empedrado construido entre los árboles.

En pleno deliro y desolación por perder lo que tenía, por haber que lidiar con una herencia envenenada, recordó unas palabras que le salvaron la vida: "Levanta la cabeza, eres un caballero y los caballeros no miran al suelo. Miran a la vida a los ojos, más allá de lo que haya pasado". Como si aquella Princesa de ojos con embrujo estuviera a su lado, el caballero notó como la fuerza le volvía a su maltrecho brazo.

Se levantó con la ayuda de la medio loba y aún desangrándose logró formar un torniquete con su camisa. Aquella voz no dejaba de resonar en su cabeza. Y le daba fuerza. Se montó en el caballo y empezó a galopar. Fue entonces cuando abrió su mano izquierda y dentro vio que seguía teniendo la pequeña esclusa de oro. El motivo de su visita al Rey, su cometido.

Juró protegerla con la vida, porqué llegaría el momento en que fuera necesaria. El momento en que ningún viejo linaje pesaría más que la realidad del presente. En el que superar sus miedos, sus dudas y tomar las riendas de su vida de caballero como hacía con su caballo.

Llegado a su tierra, aún con el brazo dañado, arribó el mensajero. Era el momento. No miró atrás y sí adelante. Tomó su decisión, en contra de lo que su linaje le decía y emprendió su camino de vida. Cumpliendo únicamente con lo que el creía justo y deseaba, más allá de arcaicas promesas y tradiciones que nada tenían que ver con él. Se tatuó una flecha en su brazo. Completamente negra. Que siempre señalaba hacia adelante, que es como hay que mirar a la vida.

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