martes, 11 de junio de 2013

La democracia se hunde desde su cuna

Once de junio de 2013, esta ha sido la fecha que ha escogido el gobierno de Grecia para anunciar el cierre de la televisión pública. Es decir, la democracia tal y como la hemos entendido en toda nuestra vida empieza a dejar de tener sentido justo en el lugar donde nació.

Puede sonar a un texto corporativista, pero no lo pretende. La frase sin periodismo no hay democracia es, cada día que pasa, más cierta. Y me atrevo a añadir que sin periodistas, pero hablo de PERIODISTAS y no pica letras, tampoco hay periodismo. Sin el valiente capaz de jugarse su vida para contar la verdad, que no le tiemble el pulso para denunciar irregularidades, que haga llegar todos los puntos de vista a la gente… sin él nuestra sociedad carece de sentido. Y en Grecia hoy les dieron una estocada.

Es por eso que hoy es un día triste. Y, además, no podía ser en otro lugar. La cuna de nuestra civilización, aquella cuyas enseñanzas han perdurado más allá de siglos y milenios… hoy nos dice que ha empezado a apagar las luces y que la fiesta de la democracia entona sus últimas canciones.

No puede sorprendernos. Pues sus vecinos, los antiguos romanos, ya nos lanzaron el primer globo sonda al dotar de poderes máximos un ser no pasado por las urnas. Sí, más o menos como la República romana que, en situaciones de emergencia, contemplaba la opción de convertir al César en dictador supremo. Un par de milenios después, el gobierno de Italia cedió a las presiones del centro de Europa y abdicó. No fue Odoacro quien acabó esta vez con el gobierno romano, si no Angela Merkel. Pero el resultado fue el mismo.

Francia, o mejor dicho, los ideales de la revolución francesa dejaron claros la necesidad de los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Sus pensadores, ya entonces, utilizaron el cuarto (la prensa) para difundir su ideario ya fuere en hojas, gacetas o mediante la enciclopedia de Diderot. Ya entendieron que sin información no hay libertad.

Va siendo ya hora que, más allá de nuestra profesión, nos planteemos que pasa en nuestro alrededor. Si estamos dispuestos a vivir en un mundo de silencios ante las violaciones e injusticias o si por el contrario vamos a luchar para ser cada día más libres. Hoy, sin duda, las tinieblas le ganan a la luz.


Veremos qué pasa mañana…

lunes, 3 de junio de 2013

Els fantasmes de la Transició

Per contextualitzar aquesta entrada al blog, he de dir que jo vaig néixer quan la democràcia era un fet, sobretot gràcies a tres persones tan diferents com un comunista (Santiago Carrillo), un centrista (Adolfo Suárez) i un militar (Gutiérrez Mellado) que amb la seva valentia van contribuir a salvar la democràcia espanyola quan tots els demòcrates s’amagaven sota les taules i cadires dels seus escons i el Rei jugava a veure-les venir sense pronunciar-se. I no s’entengui com una crítica, si no com una realitat.

Parlo de fantasmes de la transició perquè, sembla ser, que als qui no l’hem viscut se’ns prohibeix tàcitament posar-la en qüestió. Escoltant l’altre dia a la Marina Llansana a la tertúlia de Catalunya Ràdio, vaig tenir aquesta mateixa sensació. Quan ella plantejava els dubtes del que s’havia fet bé i malament, els que aleshores ja eren polítics li parlaven amb un to alliçonador, volen dir “ves que dius si tu no ho vas viure”. I realment, vaig sentir molta molta ràbia, més encara quan ara, alguns dels protagonistes de la transició van reconeixent errors, tot i que ho fan en comptagotes.

Sembla ser que els fantasmes i les tenebres d’aquells dies s’hagin de tapar sempre. Que no es pugui posar llum a una sèrie de situacions que, en gran part, han menat cap al país que hi ha avui en dia. Llavors, ja sigui per por o per prudència, no es van afrontar autèntics problemes. Els encaixos nacionals es van voler diluir i la pantomima de les comunitats autònomes va quedar retratada amb la creació de realitats tan fictícies com la Comunitat de Madrid. No sé si pretenia ser un Washington DC, però l’estructura dista molt de l’americana.  A més a més, sempre s’explica que Catalunya no té concert econòmic perquè “va arribar tard”. De veritat? A mi em costa molt de creure aquesta explicació i sí que m’encaixa molt més que l’aportació al fons comú de Catalunya (uns 6 milions d’habitants aleshores) era força més gran que la d’Euskadi i Navarra. Ara, Roca i Junyent, reconeix que no haver aconseguit el mateix tracte fiscal fou un error. Trenta anys després, però es reconeix.

Probablement els que ho van viure diran que no es podia fer de cap més manera, que s’havia de cedir pel bé comú. Però a dia d’avui, trenta anys després, les concessions fetes aleshores continuen ben vigents. De manera preponderant una. El cap d’estat d’Espanya és el mateix que va deixar Franco. Tal vegada no amb la fórmula que hagués desitjat el dictador, però sí en la persona. La transició democràtica només pot acabar quan es deixi de tenir un cap d’estat per la gràcia de Déu, o per la gràcia del Generalísimo i se’n tingui un per voluntat popular. Ja comença a ser hora que s’afronti l’autèntic debat.


Però sembla que no, que parlar dels problemes que fan d’Espanya un estat inestable, que fan que hi hagi molta gent que ens en vulguem independitzar encara no toca. És impossible avançar sense deixar de mirar al passat. És clar que cal saber d’on venim per tenir clar on volem anar, però ja va sent hora que s’afrontin amb valentia els fantasmes que va deixar la Transició. Tot i que, molt em temo, que al Congrés dels Diputats ja no queda gent de la que mira al perill als ulls i li diu: “no em mouré d’aquí passi el que passi”. 

lunes, 20 de mayo de 2013

La Princesa Guerrera


La guerra había llegado a su punto culminante. El general, el único que quedaba, se hallaba huérfano de auténticos líderes y falto de fuerza para lograr motivar las tropas. Unos batallones mermados y cansados de meses de una lucha sin fin.

Por la noche, preludio de la que debía ser la última batalla, el general se marchó. Se alejó unos metros del campamento de los soldados y se refugió en la oscuridad nocturna, tan solo quebrada por una luna llena gigante y blanca. Ésta, se reflejaba encima del lago que les servía para obtener agua potable en tantos meses de sufrimiento.

Ante tal bella estampa, el general se quedó paralizado. Ya ni recordaba los días que hacía que no podía presenciar algo que no fuera horror y dolor. No obstante, adorador de la noche, el hombre se postró ante la imagen de la reina de la noche, implorándole cualquier ayuda para el día de mañana. De rodillas ante el lago, el general vio el descenso de la luna y presenció un nuevo amanecer.

Ya sin esperanzas de que sus ruegos fueran escuchados, y con los primeros rayos de Sol quebrando la oscuridad, el general empezó a ver que el agua se movía. Y no era el viento, pues ni una sola de las hojas de los árboles tenía movimiento alguno. Del centro del lago, o tal vez de las más hondas profundidades, emergió una figura.

Hasta que no la tuvo cerca, no fue capaz de identificarla. La silueta de una mujer se le aparecía ante sí. Caminando por encima del agua, el ruego del general se acercó sin cesar aunque sin prisa. Delante del hombre, le agarró de las manos y lo hizo levantar. “Cree en ti. Confía en tus hombres” fueron las primeras palabras que le dijo. “Me has hecho bajar del cielo para infundirte confianza. Puedes ganar esta batalla”. Él no daba crédito a lo que veía y se frotó los ojos una y otra vez.

Ante sí, la presencia de una persona que solo había escuchado en los cuentos y en los cantares de gesta
pasadas. Los cabellos rubios de la mujer se convertían prácticamente en hilos de oro a medida que iban descendiendo en su larga cabellera. La mirada, tierna a la vez que dura, infundía la seguridad que parecía haber perdido con solo clavar los ojos en ella. Pese a su lunar origen, la bronceada piel de la joven parecía una ligera armadura natural, adornada con las diminutas piezas de ropa que cubrían parte de su cuerpo. Partes de cuero, combinadas en oro y rematadas por un collar plagado de esferas eran el resto de armamento que llevaba. Sin embargo, el rojo pasión de la pluma que colgaba del collar daba muestra de la fuerza de esa celestial aparición. Las piernas, prácticamente infinitas, le daban una altura que superaba al jefe del ejército, que se sentía muy pequeño a su lado. La definición muscular, cuando la mujer se irguió por completo denotaba una anatomía casi perfecta, tan solo vislumbrada en antiguas figuras de mármol que databan de tiempos inmemoriales.  Su voz dulce contrastaba con la fuerza que transmitían sus palabras. Empezó a caminar al lado del general hasta que los dos llegaron al campamento. Fue en ese instante en el que el comandante se dio cuenta que la princesa guerrera que le acompañaba solo era vista por sus ojos. 

Repitiendo lo que ella le decía, logró levantar el ánimo de las tropas hasta el punto que los soldados empezaron a creer en ellos mismos. Ya en el fragor de la batalla, el general cayó de su caballo. Fue entonces cuando, con todo perdido, el brazo de la princesa fue más guerrero que nunca y, tras parar un golpe, que iba para el hombre, con el cuero que estaba en su muñeca, levantó al comandante para llevarlo hasta su destino.

Consciente de lo logrado y tras desvanecerse la imagen que le había acompañado en los instantes más decisivos de su vida, el general ordenó levantar un templo en el lugar donde se ganó la batalla. Cuando le preguntaron en honor a quien, él solo dijo: “a la princesa guerrera” a la que describió, con todo lujo de detalles, para que tan bella a la vez que fuerte estampa quedara para siempre reflejada en donde le había salvado la vida. 

sábado, 27 de abril de 2013

¿Sabes?


Acababa de probar el sabor de sus labios. Nunca me había planteado a que sabían los sueños. Para mi, esa afirmación era tan banal como plantearme a que saben las nubes, o que las ranas algún día pueden ser, en mi caso, princesas. Sin embargo, aquellos tres segundos en que la tierra dejo de girar, el viento no sopló y los astros se alinearon realmente supo a sueño.

Astérix y Obélix, cuando estaban en la isla de las sacerdotisas del poder les dieron a probar néctar y ambrosía. Algo que les dijeron que era manjar digno de los dioses del Olimpo, aquellos que podían igualar superando los trabajos encargados por Julio César, como antes hiciera Hércules.

Sin duda se equivocaban. Sin la soberbia de querer saber más que los dioses ni de sus sirvientes en la tierra, afirmo que se equivocaban. Porqué la condición humana, que tiene millares de defectos y probablemente muchas menos virtudes, tiene una gran ventaja sobre los dioses. No lo podemos tener todo.

Y, por lo tanto, la sensación de vivir un sueño es algo que ellos nunca serán capaces de sentir, puesto que su poder les hace que no haya sueños, si no retos. En cambio, nosotros soñamos y rara vez vemos cumplidos nuestros deseos más ocultos tan solo liberados por la noche, con Morfeo jugando con nuestro subconsciente.

Dicho esto, en esta vida todo el mundo debería tener derecho a vivir un sueño, por pequeño y corto que fuera… pero al menos uno. Éste duró apenas tres segundos, que fue lo que tardó en desaparecer el aire que había entre sus labios y los míos y que volvió a aparecer. Tres segundo.

Obviamente, nunca más la volví a besar y a penas la vi mientras se perdía por la calle caminando y girándose con una sonrisa pícara en los labios. Pero puedo decir que, son esos momentos, los que te dejan sin aliento los que hacen que la vida merezca la pena. Por qué si no es por estos pequeños instantes no vivimos tan solo pasamos por la vida que no es exactamente lo mismo, ¿sabes?

martes, 26 de marzo de 2013

No me pidas que no sueñe

El Sol se escondía detrás de la silueta de las montañas que se vislumbran a lo lejos. Hasta donde me alcanzaba la vista veía que aún quedaba algo de la nieve que el invierno había traído. Detrás, se iba oscureciendo el día para dar paso a la luz artificial, amarillenta de las lámparas de vapor de sodio. Ese color teñía toda la ciudad de un tono añejo, parecido a las fotos de color sepia, envejecidas en la caja de azúcar, de metal, donde la abuela las conservaba. 

Desde el cielo, unas pequeñas gotas de agua mancharon los cristales de las gafas de pasta, recién estrenadas, que llevaba. Además, la sensación de humedad en el ambiente provocaba un frío que calaba en los huesos. Una sensación de aquellas que, por más chaquetas que uses, siempre te acaba penetrando hasta las entrañas, haciendo inservible cualquiera que sea la prenda de abrigo.

La lluvia le pilló caminando, lejos de todos los sitios a los que se podía dirigir. Sin embargo, sí encontró refugio en un pequeño portal de un edificio nuevo. Probablemente había sido construido durante los años del boom inmobiliario. O tal vez era una reforma, prácticamente total, de una vieja casa. Tampoco importaba demasiado. Miró su reloj con cierto aire nervioso. La lluvia no arreciaba y él tenía una cita a la que no podía faltar. Empezó a correr bajo el manto de agua hasta que se resbaló y cayó dentro de un charco. Maldijo su suerte pues se le ensució la camisa blanca impoluta que llevaba y se le rompieron los vaqueros.

Aún así, prosiguió su marcha imparable. Llegó a la puerta del bar con el pelo mojado, la ropa sucia y la moral por los suelos. Sin embargo, la persona que le recibió le abrazó sin importarle si se mojaría o se mancharía. Para no ser menos que él, se puso a saltar encima de un charco para quedar, como mínimo igual de empapada. 

Después, le cogió de la mano y ambos salieron caminando por la calle, bajo la lluvia y sin más paraguas que la ropa que les cubría. Nada importaba, estaban juntos. Caminaron largas horas por entre las paredes de callejones estrechos y poco iluminados. También lo hicieron por anchas calles teñidas de un naranja empobrecido. Cosas de la tecnología esto que más tarde de las doce, como las brujas, baje la intensidad de la luz. Y llegaron las puertas de su casa. Aquella que compartían juntos. Se besaron como dos enamorados que se acababan de conocer y subieron. Pese a todo, llevaban media vida juntos...

... Sonó el despertador y su casa estaba vacía. Sin embargo, tras una vida de soledad escogida, se sentía feliz. Sus amigos siempre le decían "deja de soñar". Él siempre respondía "No me pidas que no sueñe, pídeme que no me despierte de mi sueño". 

Porqué al fin y al cabo los sueños no pueden tocarse, ni abrazarse, ni tan siquiera sentirse más allá de los momentos de letargo. Sin embargo, él sabía perfectamente, porqué lo había experimentado, que la suerte de llegar a vivir un sueño era una sensación para la cual no se habían inventado palabras para describirla. 

Tenía claro que disfrutaría el resto de sus días con un recuerdo perfecto, dando las gracias por haber vivido algo con el que otros siempre soñarían. Eso no le daba derecho a quejarse. Había escogido: un sueño corto pero intenso ante una vida pintada de grises. Daba las gracias, porqué pese a todo, sabía que era un privilegiado y que nunca, NUNCA, dejaría de soñar.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Dolce far niente



Cuenta la leyenda que, si un día te pierdes en el desierto, la vida te ayudará a salir. Siempre y cuando tu causa por haber entrado en un sitio que daría pánico al mismo Lucifer sea para un fin mayor. La enigmática belleza de aquella arena blanquecina, amontonada en gigantescas dunas, esconde enigmas en cada uno de sus pequeños granos. Millares de millones en cada metro reflejan a cual espejo más brillante la luz del Astro Rey que no perdona con ninguna sombra y con una doble exposición a los valientes que se aventuran a cruzarlo.

Él sabía lo que se jugaba en el momento que decidió emprender su rumbo. Los peligros le fueron sobradamente relatados y no dudo ni un solo instante. Su fin, que podía parecer egoísta, en realidad era una oda a la humanidad. Entró en el desierto como una prueba de vida, pues había perdido el rumbo como un galeón huérfano de brújula en mitad de una tormenta en el océano Atlántico. De fracasar en el intento de reencontrarse solo perdería su vida que, para el resto del mundo, ya no valía nada. De triunfar en su empresa, volvería a ser aquella persona que un día fue.

Los días iban pasando y él seguía inquebrantable en su voluntad de cruzar el inmenso desierto. Sin embargo, sus fuerzas empezaron a flaquear cuando las necesidades básicas de todo ser humano (comer y beber) empezaron a menguar. Su fuerza le impedía las mismas jornadas maratonianas que había hecho anteriormente y cada vez con más frecuencia caía rendido y colgado de arena. Los labios se le secaron y prácticamente se le quedaban pegados de la sequía que sufría su gaznate. Sus ojos se hundían en un rostro cada vez más marcado a los huesos de la cara y su piel no estaba morena, sino quemada.

Cayó al suelo cuando el termómetro superaba los cincuenta grados y la boca se le llenó de arena. Aún así, siguió arrastrándose hasta que sus fuerzas dijeron basta. Apenas había avanzado una veintena de metros por la arena, como una culebra, cuando su sentido se marchó de su cuerpo, sin saber si sería capaz de volver.

Pero el desierto respeta a sus víctimas. Y cuando la causa es noble, como volver a ser uno mismo para hacer el bien, el efecto aparece. Delirando y casi sin vida unas manos le giraron, le cubrieron el sol y le mojaron el rostro con agua fresca. Aún sin poder observar quien le estaba insuflando aquellas pequeñas dosis de vida, él volvió a caer rendido, pero esta vez en un sueño.

Cuando se despertó tuvo la sensación que el mundo se había parado. O dudo en saber si estaba muerto. Se encontraba en un Oasis lleno de palmeras con dátiles, agua fresca y en definitiva, recursos suficientes como 
para quedarse allí a vivir.

 De entre las aguas y con un inmaculado vestido blanco emergió quien le había llevado allí. Una viajera que bien podía tener tintes de princesa. A diferencia de él, su piel no estaba quemada si no que mezclaba con auténtica maestría el dorado con el canela, salpicado por toques del bronce mejor pulido cruzado con el ébano más puro. Su silueta no es que fuera perfecta, pero no recordaba haber visto un dibujo mejor en todos sus años de historia del arte. La sonrisa que se le dibujaba con extrema facilidad dejaba entrever, como decía Azorín, unos azahares que hubieran hecho empalidecer al mejor joyera de cualquier corte. 

Finalmente, las líneas de su rostro dibujaban un prisma de fortaleza a aquella persona sin restarle un ápice de belleza. Sus ojos, perfectamente alineados, dibujaban la forma de las mejores almendras del paraíso. En el interior, engastados a la perfección, había un rara avis. Dos diamantes negros, de incalculable valor y de imposible hallazgo, eran el broche enigmático a una belleza desconocida hasta la fecha. Su cabello, negro azabache, le bajaba hasta más allá de los hombros.

Tras una larga y reconfortante conversación, ella simplemente le ofreció quedarse. Él dudó mucho a la hora de aceptar la oferta. Tras un momento tremendamente dubitativo, eligió marcharse. Ella, prácticamente levitando, le dio las gracias pues esa era la opción correcta. Le dijo que, de haber elegido la comodidad, el desierto se lo hubiera llevado pues tan solo ayudaba a quienes servían un fin que iba más allá de ellos mismos. Le dijo, “recuerda siempre que la vida es mucho más que respirar. Parar, observar y disfrutar, en definitiva vivir. Dolce Far Niente”. Él se arrodilló para darle las gracias y acto seguido emprendió el camino que ella le había indicado y pocas horas después salió del desierto. Jamás olvidó la lección de vida aprendida en el desierto y aprendió que cuando vives por vivir el corazón se cansa de latir .

jueves, 7 de marzo de 2013

Iguales


Cuenta la leyenda que cuando se creó el mundo, y Dios decidió dotarlo de seres humanos creó primero al hombre. Lo hizo a su imagen y semejanza. Pero, no conforme con el resultado, del costado cerca del corazón, le quitó una costilla. Con esa base creo y mejoró lo anterior. Lo hizo mandando un mensaje muy claro: Desde el costado, para mirar de frente, porqué ambos debían de ser iguales pese a todas sus múltiples diferencias. Y de corazón porqué debían amarse y respetarse.

La salida del paraíso, el paso de los siglos y el amanecer de los tiempos nos llevó en un momento crucial. En la cima de los mundos llegó el momento de un relevo, un cambio capaz de adaptarse al nuevo mundo. Había tan solo dos candidatos a ocupar el lugar del ser supremo, un hombre y una mujer.Ambos opositaban a las mil y una pruebas que el destino les tenía preparadas.

Hasta que llegó el momento final, con la máxima igualdad. En ese momento, el mismo Dios que les había dotado de talento, intelecto y raciocinio les exigió que hiciera uso de él al plantearles un enigma. El problema era extremadamente complicado y requirió que cada uno de ellos hiciera uso de toda la experiencia de vida: desde matemáticas hasta la alquimia, desde la geografía a la más pura de las literaturas.

Pasaron semanas y ninguno de los dos fue capaz de hallar una respuesta al enigma de Dios. En ese mismo momento, el Ser Supremo, siendo incapaz de dar un veredicto les dijo a ambos que debían ser ellos quienes les dieran la respuesta al mejor para ocupar ese lugar. En ese momento, los fieles de ambos contendientes entraron en escena exigiendo que fuera su candidato el escogido.

Mientras tanto, atónitos y ajenos a todo, ella y él observaban atentamente los comportamientos. Ella tomó la palabra y dijo que, con tal de evitar la guerra, cedía su puesto. Este gesto de extrema generosidad dejó perplejo al mismísimo Dios. Fue en ese momento en que tuvo claro que Ella debía relevarlo  Además, de ambos fue la que más se acerco a la resolución del problema. Los partidarios del hombre levantaron en armas y quisieron que se cambiara la decisión.

Sin embargo, espada en mano, su líder se postró delante de la elegida, dobló la rodilla y reconoció su derrota. Dio un paso al frente y se plantó ante sus fieles anunciando que estaba al servicio de la escogida. Uno de sus partidarios no dudó y lanzó al aire “Pero si es una mujer” a lo que él contestó: “Es la mejor”.

La igualdad de oportunidades pasa por saber ver y reconocer a los mejores, más allá de lo que se ve. Al fin y al cabo, lo mejor de cada uno está en lo que no se muestra. En los pequeños tesoros que desconocemos y hacemos aflorar de manera inesperada como los protagonistas de esta historia.