sábado, 27 de abril de 2013

¿Sabes?


Acababa de probar el sabor de sus labios. Nunca me había planteado a que sabían los sueños. Para mi, esa afirmación era tan banal como plantearme a que saben las nubes, o que las ranas algún día pueden ser, en mi caso, princesas. Sin embargo, aquellos tres segundos en que la tierra dejo de girar, el viento no sopló y los astros se alinearon realmente supo a sueño.

Astérix y Obélix, cuando estaban en la isla de las sacerdotisas del poder les dieron a probar néctar y ambrosía. Algo que les dijeron que era manjar digno de los dioses del Olimpo, aquellos que podían igualar superando los trabajos encargados por Julio César, como antes hiciera Hércules.

Sin duda se equivocaban. Sin la soberbia de querer saber más que los dioses ni de sus sirvientes en la tierra, afirmo que se equivocaban. Porqué la condición humana, que tiene millares de defectos y probablemente muchas menos virtudes, tiene una gran ventaja sobre los dioses. No lo podemos tener todo.

Y, por lo tanto, la sensación de vivir un sueño es algo que ellos nunca serán capaces de sentir, puesto que su poder les hace que no haya sueños, si no retos. En cambio, nosotros soñamos y rara vez vemos cumplidos nuestros deseos más ocultos tan solo liberados por la noche, con Morfeo jugando con nuestro subconsciente.

Dicho esto, en esta vida todo el mundo debería tener derecho a vivir un sueño, por pequeño y corto que fuera… pero al menos uno. Éste duró apenas tres segundos, que fue lo que tardó en desaparecer el aire que había entre sus labios y los míos y que volvió a aparecer. Tres segundo.

Obviamente, nunca más la volví a besar y a penas la vi mientras se perdía por la calle caminando y girándose con una sonrisa pícara en los labios. Pero puedo decir que, son esos momentos, los que te dejan sin aliento los que hacen que la vida merezca la pena. Por qué si no es por estos pequeños instantes no vivimos tan solo pasamos por la vida que no es exactamente lo mismo, ¿sabes?

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