viernes, 11 de marzo de 2011

La culpa fue del photoshop




Cuando abres una revista, siempre tienes que preguntarte cuanta realidad hay en las imágenes que ves y cuanto es mérito del informático de turno que domina el photoshop como nadie. Cada vez más ese dominio aflora en todos los dominios de internet y a veces, cuando te encuentras algo que rebasa el efecto del tratamiento de imágenes, te sorprende.


Entre ese mar de situaciones medio falseadas, de vez en cuando suele aflorar algún pequeño velero que da lustre a ese entremado. Un reflejo un espejo, una imagen tomada con el móvil y una naturalidad espectacular se contraponían con mares de fotos retocadas.

Esa sonrisa que se pegaba a quien la miraba era real, natural como la vida misma. Sus azahares relucían reflejados en ese espejo que parecía proyectar una silueta digna de cuento de hadas. Los ojos transmitían alegría, sin dudarlo y su color era real, real una frase que cada dos por tres resulta más complicada pronunciar.

El pelo se le deslizaba por encima de los hombros, cayendo libre sobre su cuerpo, ataviado con una camiseta blanca sin mangas que hacía resaltar ligeramente el tono de su piel. Entre una cosa y la otra, una silueta escultura hacía presagiar una belleza digna de admirar, de esas que siempre te quedas con ganas de saber un poco más. Pero antes de saber más, no podía irme sin ver otra vez esa sonrisa, suave, perfilada y enamoradiza para quien tuviera la suerte de detener sus ojos.



Basado en Sandra Falga
Pero ese proceso, el de saber más, se quedaba a un simple clic, que mostraba la otra cara de esa naturalidad. Y digo la otra cara de la manera más literal posible. Un instante de verano, retenido en un rectángulo alumbrado por un sol de justicia y adornado con la brisa marina de ese mediodía. El vaibén provocado hacia ondear los cabellos, rizados, dejando a la vista y reflejado sobre el agua esa silueta posterior. Una imagen en cuya anatomía parecía haberse basado en principios geométricos dando lugar a un encuadre simplemente perfecto.



La suerte de no ser tocada por el photoshop y demostrar ser real, es uno de esos pocos placeres de la vida que a día de hoy se pueden disfrutar sólo con los ojos. Así que, una vez apagado el ordenador y ver la realidad tal cual, sólo puedo deciros una cosa, ¡Bienvenidos al Mundo Real!



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