lunes, 17 de septiembre de 2012

Rememorando el paso de los años


Cada rayo de sol que el verano irradia, va irremediablemente asociado a algún recuerdo. Los del mes de agosto no son distintos. Y, sin duda, siempre te reportan a un estado anterior, a algo ya vivido. Lo sorprendente es cuando alguna otra situación te acaba llevando a aquel punto de tu pasado, que creías olvidado, y que sin embargo recuerdas con una sonrisa, ligeramente estúpida y a la vez tierna, dibujada en la cara.

Algo así me sucedió aquella noche primaveral. No fue ningún rayo de sol, ni tampoco de luna, sinó más bien el reflejo de los neones discotequeros que enmarcaron un rostro que me parecía familiar. Había cambiado mucho y, sin duda, se había embellecido con el paso de los años. Un rostro de mujer donde antes se encontraba una niña, sensualidad en el lugar de inocencia. Sin duda los cambios naturales que no siempre son habituales.

Aunque algo seguía intacto. La sonrisa. Los labios eran más rojos, producto de la barra de labios y le daban ese plus de sensualidad, pero el dibujo que mostraban al mundo seguía siendo el mismo. Una pequeña ventana de naturalidad y buena sintonía, pues se pegaba a cualquiera que la viera. Dentro, como si de un museo se tratara, en un blanco inmaculado lucían pequeñas estatuas. Como diría Miguel Ángel, alguien había separado lo que sobraba de lo imprescindible, dejando simplemente un talla que rozaba lo imposible.

La dulzura de los labios engastaba con la sensualidad de la mirada. Una combinación ideal no siempre bien lograda en un mismo rostro. Los ojos ligeramente rasgados, mostraban mil robles en su interior, siendo parte de una mismo cromatismo con el cabello, largo, liso…Inalcanzable.

Y así pasaron los días, las noches, las lunas y los soles, contemplando desde la lejanía cuya mujer veía sin más motivo que el de su contemplación. Válgame la redundancia, cualquier otra aspiración eran menesteres de campeón que aún no conocía la tierra, si no era la doncella la que le invitaba y le habría la puerta. 

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