viernes, 27 de mayo de 2011

Se acabó el carnaval veneciano

Hay momentos en la vida que son necesarios grandes sacrificios para lograr grandes cosas. Esto, más tarde o más temprano, es lo que acaba pasando a la historia. Las jornadas que estamos viviendo no van a ser una excepción. Siempre se critica que vivimos en una sociedad aborregada, dormida, que hay horchata en lugar de sangre; que los jóvenes ya no son como los de antes y que todo les da igual. Y, a vistas de lo sucedido, la radiografía no puede ser más errónea.

Se ha tocado fondo y la sociedad se ha levantado. En cuanto han tenido un apoyo en donde poner los pies, gente de todas las edades ha sido capaz de levantarse y decir NO. ¿Un poco tarde? Quizá, las elecciones generales fueron hace 4 meses y el poder recayó en "nuevos salvadores de la patria".

Sin embargo han bastado 4 meses para que las caretas se fueran cayendo poco a poco. El carnaval veneciano empezó con bailes de caretas que escondían tijeras y cuchillos que se encargaron de cortar, poco a poco, una sociedad del bienestar de la que se decía que el modelo "estaba agotado". Pero, en lugar de articular un nuevo modelo, es más fácil amputar. Cuando hay una parte del cuerpo que enferma hay dos vías para salvaguardarla; cortarla o tratarla para que se recupere y sea más fuerte. Es obvio que el corta y pega ha sido la medida escogida en lugar de la reformulación; es más fácil cortar que remodelar.

Pero el baile ha sido hoy. Las tijeras fictícias han dejado su lugar a las porras, a los balones de goma y a una serie de policías que, cumpliendo las órdenes de alguien que poco aprecia la especie humana, la democracia, la libertad de expresión y las conquistas de la social democracia han desatado la guerra. Una batalla desigual entre dos grupos, uno armado con porras y el otro con palabras. Uno sentado y el otro pegando. Uno, sin líderes, pidiendo diálogo y el otro, con sus dirigentes escondidos en un montículo dirigiendo las fuerzas como en una partida de Risk.

En definitiva, el carnaval veneciano acabó sin caretas, con un baile en que la sangre estuvo presente sin que nadie la hubiera invitado. Un baile que dejó la sociedad viendo quien puso en su dirección hace cuatro meses para los próximos cuatro años. Un baile que invita a la reflexión acerca de si este es el futuro que queremos.

Yo, desde luego, no. No quiero unos dirigentes que camuflan sus miedos de desalojo entre limpiezas y finales de Champions. Que no van de cara; que te saludan con una mano y firman la orden de carga con la otra. Esta no es mi sociedad, no es la que "des del campanar del meu poble es veu el del veí".

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